“No estás condenada a repetir la historia que te contaron. Estás aquí para escribir una nueva.”
Hoy, por el Día del Maestro en México, en este blog quiero compartirles una historia cercana.
Quizá se pregunten por qué hablar de esto en un espacio dedicado a la tecnología. La razón es sencilla: porque detrás de cada innovación, cada algoritmo, cada avance en inteligencia artificial o automatización, hay personas. Y esas personas llegan hasta aquí gracias a caminos marcados o transformados por la educación. En un entorno que a menudo habla de eficiencia, escalabilidad y disrupción, conviene recordar que la mayor innovación es aquella que cambia vidas.
Hoy quiero compartir una historia que no tiene que ver con tecnología, IA, plataformas o telecomunicaciones… pero sí con una niña y una Maestra. Una historia que, como muchas otras, nos recuerda que antes de cualquier transformación tecnológica, ocurre una transformación humana.
La historia real que les quiero contar es sobre una niña que, como muchos en este país marcado por la desigualdad, no vivió las mejores circunstancias. Desde muy pequeña cargó con condiciones que no eligió: carencias en casa, entornos hostiles y una realidad que pocas veces dejaba espacio para soñar.
Me cuenta que su primer año de primaria fue especialmente difícil, porque a la adversidad que traía consigo se sumaron el bullying, el rechazo y la discriminación. Pensaba frecuentemente en desistir, aunque afortunadamente, su edad no le daba esa opción. Sin embargo, sus pésimas calificaciones sí reflejaban su situación. Pero a veces, la vida pone en el camino a las personas indicadas, y ella tuvo esa suerte: en segundo de primaria conoció a una verdadera Maestra, de las que hoy celebramos.
Una de esas docentes que no solo enseñan a leer y escribir, sino que también leen a sus estudiantes. Que ven más allá de la conducta y saben que a veces, la rebeldía es solo una capa de protección ante el dolor. La Maestra, con empatía y tacto —esas virtudes que no vienen en los planes de estudio, pero que muchos docentes asumen como parte de su misión—, la escuchó, la miró con respeto, la nombró por su capacidad, y no por su contexto.
La Maestra, nunca le devolvió la misma dureza; al contrario, le ofreció paciencia. Me cuenta, que con firmeza pero sin enojo le repetía: “No estás condenada a repetir la historia que te contaron. Estás aquí para escribir una nueva.” A esto, se sumaron palabras de aliento, la defendía, reconocía abiertamente lo inteligente que era y con eso le dio fuerza y le hizo saber que sí podía. Un cambio comenzaba a darse en ella; como si al sentirse vista, pudiera empezar a ver el mundo con otros ojos.
Desde entonces, ella avanzó con paso firme y siempre se destacó en la escuela. Con esfuerzo, disciplina y la convicción de que el aprendizaje era su camino; se graduó con honores de una Maestría en una de la universidad más prestigiosa de México y hoy, después de 4 años de trabajo, dedicación y esfuerzo, está a punto de terminar su doctorado en la misma institución. Además, tiene un cargo importante en el Gobierno Federal y, como yo, siente una profunda pasión por la enseñanza.
Una vez, en una charla, le pregunté qué le permitió salir adelante. Su respuesta me sigue conmoviendo hasta hoy:
“Esa maestra que confió en mí fue un gran impulso para sentirme segura en mis estudios. Me dio espacio para soñar y supe que con el aprendizaje lo podría lograr. Ese fue el momento en que confié en mi y entendí que, podría hacer realidad mis sueños con disciplina, esfuerzo y dedicación.”
Esa historia no es solo de ellas, es también la historia de muchos otros. Es la historia del poder silencioso que tienen los buenos MAESTROS, porque a veces basta una palabra, una mirada o una oportunidad para cambiar una vida entera.
Feliz Día del Maestro, a quienes con su labor cotidiana, hacen posibles estas transformaciones.
Por Carlos Campa Arvizu.